¿Nos gustaría que los animales fueran como los humanos?

Una distopía es un mundo posible, futuro, pero que no desearíamos que se hiciera efectivo. Un mundo feliz o Blade Runner son claros ejemplos de esos escenarios. En el primer caso nos encontramos una sociedad estratificada, donde “el milagro de la vida” es llevado a cabo por máquinas en una extraña cadena de montaje; donde las castas están establecidas y los integrantes de cada una de ellas están limitados a ciertas funciones; y donde el dolor es evadido gracias a una droga, en formas de tabletas, llamada soma.

En el segundo, en el mundo creado por Philip K. Dick en Blade Runner, también domina la ciencia que crea animales sintéticos (“los de verdad” son cosa del pasado, apenas existen unas decenas convertidos en lujo para millonarios) y robots humanizados hasta el punto de sentir como los humanos. También, al igual que en el libro de Huxley, existe una forma de evasión, de evitar el dolor, en este caso no en forma de tableta sino de una máquina que hace sentir a sus usuarios de forma artificial el sentimiento que desean en ese momento.

En la literatura y en el cine hay muchos otros casos, pero con los dos mencionados es suficiente para entender el significado de lo que es una distopía. Esos mundos irreales aunque posibles, imaginados aunque tan ligados a la realidad presente que asusta solo pensar en ellos.

Y al hilo de lo anterior, nos encontramos con una recomendación de la Academia de Ciencias Médicas del Reino Unido para regular la investigación con ciertos animales. Y más concretamente, con aquella que introduce tejido y células humanas en animales. El peligro, dicen los académicos, es crear animales no-humanos pero con características propias de los humanos como puede ser la conciencia, su rostro o la textura de su piel.

Lo que mueve a los académicos, en definitiva, es el miedo a la distopía.

Imaginaos llegar a casa y que vuestro simio de compañía os salude grácilmente, os pregunte qué tal habéis pasado el día, mientras se maquilla para salir con sus amigos. O que Tristán, el perro que os ha acompañado desde la más tierna infancia, se vaya de casa dando un portazo porque habéis discutido.

Las consideraciones éticas que supone eso, incluso a nivel político porque entonces habría que preguntarse si estaríamos obligados a escolarizarlos o a darles derechos políticos como el del sufragio (tanto activo como pasivo), son inmensas a la par que aterradoras.

Creemos que la conciencia, la capacidad para manejar abstracciones, de crear posibilidades futuras en la mente… son características propias y únicamente humanas. Quizás estemos equivocados. Tal vez haya otros animales con dichas capacidades.

Pero, aún así, es crucial preguntarse si estamos moralmente legitimados para dotar artificialmente a otros animales de conciencia.

Imagen:
http://agorapedagogiademocratica.blogspot.com/2011/07/la-destruccion-de-la-sociedad-perfecta.html

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