Lo que le debemos a la rutina diaria

Si recordáis, la semana pasada hablábamos de un estudio llevado a cabo por Anthony Ong, un psicólogo de la Universidad de Cornell (EEUU). La conclusión básica de la investigación la reducíamos en la frase "sentirse bien hace que estemos bien" y dábamos de pasada varias pautas que ofrecía Ong para lograr tener sentimientos positivos. Una de ellas era dar sentido a la vida cotidiana.

La rutina diaria nos asquea. La sentimos como un fardo que sujeto sobre nuestras espaldas nos inclina cada vez más cerca del suelo hasta obligarnos a arrastrarnos. ¡Cuánto no daríamos para librarnos de tan pesada carga! Deshacernos de todo eso que nos obliga, que nos sujeta a la nada rutinaria. Saltar, así, libres, sin peso alguno. Pero cuán equivocados estamos.

La vida, el día a día que vivimos como condena, es sencillamente lo que somos. Es en la cotidianeidad en la que forjamos nuestro carácter, en la que mantenemos las relaciones sociales. Es gracias a esa rutina que podemos hacer amigos, que conocemos a las personas que nos rodean.

Considerar que la vida cotidiana es lo que nos ha hecho ser lo que quiera que seamos, pero que no es inamovible, que como seres en potencia que somos, podemos moldearla como queramos, como sintamos que tiene que ser, considerar (decíamos) a la vida cotidiana es darle sentido. Ese mundo donde surgen nuestras motivaciones, nuestras querencias y en el que desplegamos nuestras potencialidades, lo que somos y podemos llegar a ser, no puede estar vacio. Y considerarlo así es un error.

Entonces, dotándole de contenido, manifestando su sentido (no transcendental) a partir de las acciones, del movimiento de nuestros pensamientos diarios, logramos atribuir sentido a lo que hacemos y, por tanto, a nosotros mismos. Y todo acto, de hecho o en potencia, que llevamos a cabo, conlleva un grado importante de alegría. Hacer es fundamento esencial de la felicidad.

Las tragedias que padezcamos, los reveses que entierren nuestra esperanza… Todo lo malo que nos puede llegar a pasar, seguirá estando ahí. Pensar lo contrario es engañarse. Pero tendremos un peso que poner en la balanza para contrarrestar todo lo malo que nos pasa cada día. Ese peso es, sencillamente, todo lo bueno que nos pasa exactamente los mismos días.

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