Cuando la ley no funciona

Según podemos leer en la web de acceso.com, esta semana se ha llevado a cabo en Sevilla un Taller sobre Salud Mental organizado por la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM) dirigido a personas afectadas por diversas enfermedades mentales y con objeto de analizar la actual Ley de Dependencia.

Como sabemos, la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia y a las familias de España (más conocida como Ley de Dependencia) está en vigor desde finales del año 2006 y como su propia denominación indica, se estableció para dar una respuesta efectiva a la necesidades de los españoles y españolas que tras un periodo de evaluación se considerase estuvieran en situación de dependencia. La ley también se dirige a la prestación de ayuda a las familias de los dependientes.

En principio la norma es una noticia bastante positiva pero desgraciadamente su puesta en funcionamiento dista mucho de ser efectiva. A parte de las detestables motivaciones que llevan a determinadas comunidades autónomas a poner todas las trabas posibles para que se cumpla la ley, retrasando los diagnósticos, exigiendo a los solicitantes una y otra vez los mismos documentos ya entregados… Problemas, en definitiva, que son debidos no a la norma en cuestión si no a las personas que deben ponerla en práctica y que por motivos espurios deciden boicotearla.

Como decimos, aparte de esas motivaciones execrables de partido o personales existen otras dificultades que sí que forman parte del mecanismo de la Ley de Dependencia. Y, son estás, las que los enfermos mentales más sufren.

El problema es que el sistema de medición de la dependencia se centra sobre todo en los problemas físicos a la hora de realizar las tareas de autocuidado y otras que realizamos diariamente. Así, se considerará dependiente a una persona que no puede vestirse solo, pero no a alguien que no comprende que en invierno hay que salir con abrigo y en verano con camiseta corta, que se olvida de comer aunque pueda coger la cuchara llena de comida y llevársela a la boca. En esta última situación es en la que se encuentran muchos enfermos mentales, que realmente dependen de que, habitualmente, un familiar le ayude a vestirse (aunque sea eligiéndole la ropa) o le ayude a comer (aunque sea recordándole que tiene que comer).

Los supuestos que representan estas personas quedan fuera del baremo que se utiliza para medir la dependencia (de ahí que se le conozca como la discapacidad invisible), con lo que se produce una injusticia terrible. Una situación que, por otra parte, los movimientos asociativos de personas con discapacidades intelectuales y enfermedades mentales están intentando cambiar.

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