La vejez no es el final de la vida

la vejez no es el final de la vidaLa forma en la que se estructura la sociedad se ha ido transformando a lo largo de la historia, los Estados actuales difieren en mucho de las ciudades-estado de la antigua Grecia o de las monarquías absolutistas. Los cambios en las teorías políticas dominantes, los avances científico-técnicos, las nuevas teorías respecto al ser humano y al universo… aunque se originan unas de otras, de sus antecesoras, han transformado la vida humana y de la ciudad. Por eso, aunque podemos (y debemos) aprender de los aciertos y errores del pasado, estamos solos a la hora de afrontar el presente y el futuro (que será el presente de las generaciones posteriores). Por eso, en ese cambio de paradigma en el pensamiento y la acción, no deberíamos servirnos de definiciones ya a todas luces obsoletas. Por eso, tenemos que transformar la concepción de la considerada última etapa de la vida, de la vejez.

En los países desarrollados la esperanza de vida ha aumentado sobremanera en los últimos 50 años, siendo esta rápida transformación un terremoto en el sistema político y social de dichos países. La vejez ya no es un periodo corto, de retiro físico y espiritual, en el que se trata de pasar los últimos momentos de vida postrado en el recuerdo de los días pasados. Los viejos, los ancianos, nuestros mayores, quieren seguir viviendo. Y hacerlo, por supuesto, en el sentido más amplio de la palabra. No se trata de sobrevivir, sino de disfrutar de los años que por otra parte cada vez son más. Y lo son porque se sigue midiendo esa última etapa vital con parámetros de siglos pasados.

La población mundial está envejeciendo, cierto, pero no debemos echarnos las manos a la cabeza y gritar mientras damos vueltas en círculo. Afrontemos las necesidades que ese cada vez mayor porcentaje de personas necesita. Y no hablamos de curar, sino de dotarles de lo necesario para que desplieguen sus capacidades, cualesquiera que sean, tanto físicas como cognitivas.

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