Inteligencia emocional

Se suele considerar que una persona inteligente es aquella que tiene un coeficiente, o cociente (ambas están admitidas por la RAE), intelectual alto. Durante años, a través de test estandarizados se ha ido marcando con una etiqueta en forma de número que establecía quién era superdotado, quién normal y quién estaba por debajo de la media.

Todavía sigue vigente esta forma de medición de la inteligencia, y seguro que en algunos contextos será útil, pero cada vez hay más voces que aseguran que nos estamos olvidando de algo. En la inteligencia no sólo influye la razón, también las emociones importan.

En 1995, Daniel Goleman publicó un libro que además de convertirse en un best seller (vendió más de millones de ejemplares en pocos meses) dio a conocer un término que se ha ido afianzando junto al concepto de inteligencia.

El título del mencionado libro es lo suficientemente elocuente para que se entienda de lo que estamos hablando: inteligencia emocional.

En puridad, el término se le atribuye a Wayne Payne, que lo utilizó por primera vez en 1985, en su tesis intitulada Un estudio de las emociones: El desarrollo de la inteligencia emocional. Sin embargo, Goleman fue el que lo popularizó gracias al extraordinario éxito que tuvo su libro.

Cuando tenemos que tomar una decisión, sobre todo en situaciones de estrés o de peligro, la capacidad de ser conscientes de nuestras emociones y cómo consigamos canalizarlas, será fundamental en la toma de una buena decisión. Pero también, a la hora de enfrentarnos a una pérdida de un ser querido o de lograr un esfuerzo extra para conseguir un objetivo, las emociones son fundamentales.

Según Goleman la inteligencia emocional la podemos dividir en dos apartados: la intra-personal y la inter-personal.

Con el primer término se refiere a la mejor o peor adecuación respecto a la realidad de nuestro concepto del yo. Por decirlo de otra forma, a lo bien o lo mal que nos conozcamos. Y, por supuesto, a cómo seamos capaces de canalizar dicha información como guía para nuestra conducta.

Con el segundo se refiere a la capacidad empática, a cómo somos capaces de ponernos en la situación de los demás, comprenderles y ayudarles.

Si somos conscientes de que nuestras emociones son parte necesaria e importante en lo que decidimos y en cómo lo hacemos, si tratamos de elevar todos esos procesos al plano de la consciencia, no sólo nos conoceremos mejor a nosotros mismos, sino que nos estaremos ayudando a llevar una vida mejor.


Comentarios